martes, 29 de septiembre de 2015

LA ORACIÓN DE LA RANA 461.

     Una historia de los Padres del Desierto egipcio:

     Érase un viejo y santo ermitaño que practicaba una rigurosa ascesis corporal, pero que no estaba precisamente dotado de excesivas luces. Aquel hombre acudió al abad Juan para preguntarle acerca de la falta de memoria; y, tras haber escuchado sus sabias palabras, regresó a su celda. Pero en el camino olvidó lo que el abad Juan le había dicho.

       De modo que volvió sobre sus pasos para escuchar de nuevo las mismas palabras. Pero, una vez más, de camino a su celda, lo olvidó. El hecho se repitió varias veces: escuchaba al abad Juan y, cuando regresaba a su celda, su congénita falta de memoria le jugaba una mala pasada.

      Muchos días después, se encontró casualmente con el abad Juan y le dijo: "¿Sabe usted, Padre, que volví a olvidar de nuevo lo que usted me dijo? De buena gana, habría regresado a verle a usted, pero ya le había dado la lata suficientemente y me daba apuro llegar a convertirme para usted en un agobio."

     Entonces el abad Juan le dijo: "Ve y enciende una lámpara". El anciano hizo lo que se le había ordenado. Luego le dijo el abad: "Trae unas cuantas lámparas más y enciéndelas con la primera que has encendido". Y el anciano volvió a hacer lo que se le había dicho.

     Una vez más, habló el abad Juan para decirle: "¿Ha experimentado alguna pérdida la primera lámpara por el hecho de que las restantes lámparas hayan recibido de ella la luz?"

     "No", respondió el anciano.

       "Bueno, pues lo mismo ocurre con Juan. Si, en lugar de ser únicamente tú, fuera la ciudad entera de Scetis la que viniera a mí en busca de ayuda o de consejo, yo no experimentaría por ello la más mínima pérdida. De manera que no tengas reparo alguno en venir a verme todas las veces que quieras."

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