lunes, 21 de septiembre de 2015

LA ORACIÓN DE LA RANA 453.

              A un joven que se preparaba para el sacerdocio le dijeron que lo que la gente espera de un sacerdote es que sepa escuchar sus penas. Simplemente escuchar y escuchar. Tal vez no sea capaz en ocasiones de prestar una ayuda eficaz, pero siempre puede escuchar y comprender. De modo que el joven decidió que sería eso lo que iba a hacer cuando le destinaron a su primera parroquia.

             Haciendo caso omiso de su personal repugnancia, se obligó a sí mismo a escuchar, escuchar y escuchar... y la gente se mostraba muy agradecida. Pero algo -no sabía qué- parecía fallar. Por ejemplo, solía acudir una anciana que se quejaba siempre de un dolor de cabeza, un terrible y espantoso dolor de cabeza. "Cuénteme qué es lo que le preocupa", le invitaba amablemente el sacerdote. Y ella hablaba, hablaba y hablaba, mientras el sacerdote escuchaba, escuchaba y escuchaba...

           Y siempre parecía funcionar, porque al cabo de un rato volvía la anciana y le decía: "Estuve aquí hace una hora, Padre, con un tremendo dolor de cabeza, y ya no me duele, no me duele y no me duele."

          "Lo sé, lo sé y lo sé, porque ahora es a mí a quien me duele", pensaba el sacerdote.

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