sábado, 11 de julio de 2015

LA ORACIÓN DE LA RANA 376.

           Si te fijas en lo que se suele llamar "comportamiento libre y responsable", probablemente descubras que no se trata de una acción consciente, sino de un movimiento mecánico...

          Se cuenta que, cuando ardió la gran Biblioteca de Alejandría, sólo se salvó un libro. Un libro corriente y vulgar, sin ningún interés, que fue vendido por muy poco precio a un pobre hombre que apenas sabía leer.

         Pero aquel libro, aparentemente carente de todo interés, probablemente era el libro más valioso del mundo, porque en la parte interior de su contracubierta alguien había escrito apresuradamente, con grandes letras redondas, una serie de frases que encerraban el secreto de la Piedra Filosofal (un minúsculo guijarro capaz de covertir en oro todo lo que tocaba).

      Allí se afirmaba que aquella inestimable piedrecilla se hallaba en algún lugar de la ribera del Mar Negro, entre otros miles de pequeñas piedras exactamente iguales en todo, excepto en una cosa: mientras que todas las demás piedras eran frías al tacto, sólo aquella piedra estaba caliente, como si tuviera vida. El hombre que compró el libro se felicitó por su buena suerte, vendió todo cuanto poseía, pidió prestaba una considerable suma de dinero para poder vivir todo un año y partió hacia el Mar Negro, donde plantó su tienda y emprendió la laboriosa tarea de buscar la Piedra Filosofal.

      Y procedió del siguiente modo: tomaba una piedra del suelo; si estaba fría al tacto, no volvía a arrojarla en la orilla, porque, de haberlo hecho, podría tomar la misma piedra docenas de veces y sentir siempre su frío tacto; lo que hacía era arrojarla al mar. De manera que todos los días pasaba horas y más horas sin cejar en su paciente esfuerzo: tomaba una piedra, notaba que estaba fría y la arrojaba al mar; tomaba otra piedra... y así sucesiva e interminablemente.

     Pasó una semana, un mes, diez meses, un año entero haciendo lo mismo. Entonces pidió prestado algo más de dinero y siguió con su tarea otros dos años. Una y otra vez, sin parar, tomaba una piedra, notaba que estaba fría y la arrojaba al mar. Y así una hora tras otra, día tras día, semana tras semana... ¡y la Piedra Filosofal sin aparecer!

     Una tarde recogió una piedra del suelo, y era caliente al tacto; y, debido a la fuerza de la costumbre... ¡la arrojó al Mar Negro!

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