martes, 5 de mayo de 2015

LA ORACIÓN DE LA RANA 314.

            Érase una vez un rabino a quien la gente tenía por un hombre de Dios. No pasaba un día en el que no acudiera a su puerta una multitud de personas en busca de consejo, de curación o de una simple bendición de aquel santo varón. Y cada vez que el rabino hablaba, la gente le escuchaba absorta, como bebiendo cada una de sus palabras.

           Pero había entre sus oyentes un desagradable individuo que no perdía ocasión de contradecir al Maestro. Había observado los puntos débiles del rabino y se burlaba de sus defectos, para consternación de los discípulos, que empezaron a mirarle como si fuera la encarnación del diablo.

         Un día, el "diablo" cayó enfermo y, al poco tiempo, falleció. Y todo el mundo respiró aliviado. Externamente reflejaban la debida compunción, pero en sus corazones estaban contentos, porque las inspiradas palabras del Maestro ya no serían interrumpidas, ni sus soflamas serían criticadas por tan irrespetuoso hereje.

        Por eso la gente estaba sorprendida al ver al Maestro auténticamente compungido durante el funeral. Cuando más tarde, un discípulo le preguntó si estaba entristecido por la condenación eterna del difunto, él respondió: "No, en absoluto. ¿Por que iba a entristecerme por nuestro amigo, si sé que está en el cielo? Por quien estaba afligido era por mí mismo. Ese hombre era el único amigo que tenía. Estoy rodeado de personas que me veneran, pero él era el único que hablaba en mi contra. Y me temo que, desaparecido él, voy a dejar de crecer." Dicho lo cual, el Maestro rompió a llorar.
Resultado de imagen de ranas

No hay comentarios:

Publicar un comentario