viernes, 27 de febrero de 2015

LA ORACIÓN DE LA RANA 282.

              A la edad de sesenta y un años, el Maestro Soyen Shaku abandonó este mundo, pero no sin antes haber realizado una gigantesca obra: dejó a la posteridad un cúmulo de enseñanzas más variadas y sublimes que la mayoría de los maestros Zen. Se decía que sus discípulos solían caer rendidos por el sueño después del almuerzo, agotados del cansancio propio del verano. Y aun cuando él nunca malgastaba un minuto, jamás dijo una palabra acerca de esta debilidad de sus discípulos.

            Cuando solo tenía doce añosl, ya estudiaba los principios filosóficos de la escuela Tendai. Un día de verano, el calor era tan agobiante que el pequeño Soyen, al ver que su Maestro estaba ausente, se tendió y se quedó dormido durante tres horas, al cabo de las cuales despertó sobresaltado cuando oyó entrar al Maestro; pero no pudo impedir que este le sorprendiera tendido en el suelo.

             "Te ruego, por favor, que me perdones", le susurró el Maestro mientras pasaba con todo cuidado por encima del cuerpo de Soyen, como si se tratara de un distinguido huésped. Desde entonces, Soyen nunca volvió a dormirse durante el día.
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