domingo, 31 de agosto de 2014

LA ORACIÓN DE LA RANA 157.

                 Un maestro estaba explicando en clase los inventos modernos.

                 "¿Quién de vosotros puede mencionar algo importante que no existiera hace cincuenta años?", preguntó.

                Un avispado rapaz que se hallaba en la primera fila levantó rápidamente la mano y dijo: "¡Yo!"
  

sábado, 30 de agosto de 2014

LA ORACIÓN DE LA RANA 156.

             Un anciano caballero poseía una tienda de antigüedades y curiosidades en una gran ciudad. En cierta ocasión, entró un turista y se puso a hablar con él acerca de la intimidad de cosas que había en aquella tienda.

             Al final preguntó al turista: "¿Cuál diría usted que es la cosa más rara y misteriosa que hay en esta tienda?"

             El anciano echó una ojeada a los centenares de objetos (animales disecados, cráneos reducidos, peces y pájaros enmarcados, hallazgos arqueológicos, cornamentas de ciervos...), se volvió al turista y le dijo: "Sin duda alguna, lo más raro que hay en esta tienda soy yo".
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sábado, 23 de agosto de 2014

LA ORACIÓN DE LA RANA 155.

                      "Encausado", dijo el Gran Inquisidor, "se os acusa de incitar a la gente a quebrantar las leyes, tradiciones y costumbres de nuestra sante religión. ¿Cómo os declaráis?"

                      "Culpable, Señoría".

                      "Se os acusa también de frecuentar la compañía de herejes, prostitutas, pecadores públicos, recaudadores de impuestos y ocupantes extranjeros de nuestra nación; en suma: todos los excomulgados. ¿Cómo os declaráis?"

                      "Culpable, Señoría".

                      "Por último, se os acusa de revisar, corregir y poner en duda los sagrados dogmas de nuestra fe. ¿Cómo os declaráis?

                      "Culpable, Señoría".

                      "¿Cuál es vuestro nombre, encausado?"

                       "Jesucristo, Señoría".

                        Hay personas a las que el ver practicada su religión les inquieta tanto como el enterarse de que alguien las pone en duda.
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LA ORACIÓN DE LA RANA 154.

              El Maestro estaba de un talante comunicativo, y por eso sus discípulos trataron de que les hiciera saber las fases por las que había pasado en su búsqueda de la divinidad.

              "Primero", les dijo, "Dios me condujo de la mano al País de la Acción, donde permanecí una serie de años. Luego volvió y me condujo al País de la Aflicción, y allí viví hasta que mi corazón quedó purificado de toda afección desordenada. Entonces fue cuando me vi en el País del Amor, cuyas ardientes llamas consumieron cuanto quedaba de mi egoísmo. Tras de lo cual, accedí al País del Silencio, donde se desvelaron ante mis asombrados ojos los misterios de la vida y de la muerte".

                "¿Y fue ésta la fase final de tu búsqueda?", le preguntaron.

                "No", respondió el Maestro. "Un día dijo Dios: "Hoy voy a llevarte al santuario más escondido del Templo, al corazón del propio Dios". Y fui conducido al País de la Risa".
   

LA ORACIÓN DE LA RANA 153.

                    Se decía del gran Maestro de Zen, Rinzai, que lo último que hacía cada noche, antes de irse a la cama, era soltar una enorme carcajada que resonaba por todos los pasillos y podía oírse en todos los pabellones del monasterio.

                   Y lo primero que hacía al levantarse por las mañanas era ponerse a reír de tal manera que despertaba a todos los monjes, por muy profundamente que durmieran.

                   Sus discípulos solían preguntarle por qué reía de aquel modo, pero él no lo dijo nunca. Y, cuando murió, se llevó consigo a la tumba el secreto de sus carcajadas.
  

LA ORACIÓN DE LA RANA 152.

              Érase una vez un sacerdote tan santo que jamás pensaba mal de nadie.

              Un día, estaba sentado en un restaurante tomando una taza de café -que era todo lo que podía tomar, por ser día de ayuno y abstinencia- cuando, para su sorpresa, vio a un joven miembro de su congregación devorando un enorme filete en la mesa de al lado.

             "Espero no haberte escandalizado, Padre", dijo el joven con una sonrisa.

             "De ningún modo. Supongo que has olvidado que hoy es día de ayuno y abstinencia", replicó el sacerdote.

              "No, Padre. Lo he recordado perfectamente.

               "Entonces, seguramente estás enfermo y el médico te ha prohibido ayunar..."

               "En absoluto. No puedo estar más sano".

                Enotnces, el sacerdote, alzó sus ojos al cielo y dijo: "¡Qué extraordinario ejemplo nos da esta joven generación. Señor! ¿Has visto cómo este joven prefiere reconocer sus pecados antes que decir una mentira?".
       

LA ORACIÓN DE LA RANA 151.

             Los ascetas errantes son algo muy habitual en la India. Pues bien, una madre había prohibido a su hijo que se acercara a ellos, porque, aun cuando algunos tenían fama de santos, se sabía que otros no eran más que unos farsantes disfrazados.

             Un día, la madre miró por la ventana y vio a un asceta rodeado por los niños de la aldea. Para su sorpresa, aquel hombre, sin tener en cuenta para nada su dignidad, estaba haciendo piruetas para entretener a los niños. Aquello le impresionó tanto a la madre que llamó a su hijito y le dijo: "Mira, hijo, ése es un hombre santo. Puedes salir y acercarte a él".
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sábado, 2 de agosto de 2014

LA ORACIÓN DE LA RANA 150.

                     Se encontraba una familia de cinco personas pasando el día en la playa. Los niños estaban haciendo castillos de arena junto al agua cuando, a lo lejos, apareció una anciana, con sus canosos cabellos al viento y sus vestidos sucios y harapientos, que decía algo entre dientes mientras recogía cosas del suelo y las introducía en una bolsa.

                   Los padres llamaron junto a sí a los niños y les dijeron que no se acercaran a la anciana. Cuando ésta pasó junto a ellos, inclinándose una y otra vez para recoger cosas del suelo, dirigió una sonrisa a la familia. Pero no le devolvieron el saludo.

                   Muchas semanas más tarde supieron que la anciana llevaba toda su vida limpiando la playa de cristales para que los niños no se hirieran los pies.
  

LA ORACIÓN DE LA RANA 149.

                 Durante la era Meigi vivían en Tokyo dos célebres maestros que eran entre sí lo más diferente que pueda imaginarse. Uno de ellos era un maestro Shingon que se llamaba Unsho y observaba meticulosamente todos y cada uno de los preceptos de Buda. Se levantaba mucho antes de que amaneciera y se retiraba cuando aún no era de noche; no probaba bocado después de que el sol hubiera alcanzado su cénit ni bebía una gota de alcohol. El otro, llamado Tanzan, era profesor de filosofía en la Universidad Imperial Todai y no observaba uno solo de los preceptos, pues comía cuando le apetecía hacerlo y dormía incluso durante el día.

              En cierta ocasión, Unsho fue a visitar a Tanzan y lo encontró borracho, lo cual constituía un verdadero escándalo, porque se supone que un budista no debe probar ni gota de alcohol.

             "¡Hola, amigo!", exclamó Tanzan. "¡Entra y toma una copa conmigo!"

              Unsho estaba escandalizado, pero consiguió controlarse y decir tranquilamente: "Yo no bebo nunca".

              "El que no bebe", dijo Tanzan, "no es humano".

              Entonces, Unsho perdió la paciencia: "¿Quieres decir que yo soy inhumano porque no pruebo lo que Buda prohibió explícitamente probar? Y si no soy humano, ¿qué soy?

               "Un Buda", dijo alegremente Tanzan.

               La muerte de Tanzan fue tan normal como había sido su vida. El último día de su existencia escribió sesenta tarjetas portales, y en todas ellas decía lo mismo:

               "Parto de este mundo. Esta es mi última declaración. Tanzan. 27 de julio de 1892."

                Pidió a un amigo que le echara aquellas tarjetas al correo y se murió tranquilamente.

                Dice el sufi Junaid de Bagdad: "Es mejor el sensualista afable que el santo malhumorado".     
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LA ORACIÓN DE LA RANA 148.

                    Un hombre estaba pasando unos días en las montañas, dedicado a la pesca. Un buen día, su guía se puso a contarle anécdotas acerca del obispo, a quien había servido de guía el verano anterior.

                    "Sí", estaba diciendo el guía, "es una buena persona. Si no fuera por la lengua que tiene..."

                    "¿Quiere usted decir que el obispo dice palabrotas?", preguntó el pescador.

                    "Por supuesto, señor", respondió el guía. "Recuerdo que una vez tenía agarrado un precioso salmón, y estaba a punto de sacarlo cuando el bicho se libró del anzuelo. Entonces le dije yo al obispo: "¡Qué jodida mala suerte!, ¿no cree?" Y el obispo me miró fijamente a los ojos y me dijo: "La verdad es que sí". Pero aquella fue la única ez que le oí al obispo emplear semejante lenguaje."
   

LA ORACIÓN DE LA RANA 147.

                   Dos peones camineros irlandeses se encontraban trabajando en una calle en la que había una casa de prostitución.

                  Entonces apareció el pastor protestante, el cual se caló el sombrero y entró en la casa. Pat le dijo a Mike: "¿Has visto eso? ¿Qué se puede esperar de un protestante?"

                  Poco después llegó un rabino, el cual se alzó el cuello de la chaqueta y entró también en la casa. Y dijo Pat: "¡Menudo dirigente religioso! ¡Bonito ejemplo da a su gente!"

                  Por último, hizo su aparición un sacerdote católico, el cual se cubrió el rostro con el manteo y se deslizó en el interior de la casa. Entonces Pat dijo: "¿No es terrible, Mike, pensar que una de las chicas debe de haber enfermado?"
   

LA ORACIÓN DE LA RANA 146.

                 Gessen era un monje budista dotado de un excepcional talento artístico. Sin embargo, antes de comenzar a pintar un cuadro, fijaba siempre el precio por adelantado. Y sus honorarios eran tan exorbitantes que se le conocía con el sobrenombre de "el monje avaro".

                En cierta ocasión, una geisha envió a buscarle para que le hiciera un cuadro. Gessen le dijo: "¿Cuánto vas a pagarme?" Como la muchacha tenía por entonces un cliente muy rico, le respondió: "Lo que me pidas. Pero tienes que hacer el cuadro ahora mismo, delante de mí".

               Gessen se puso a trabajar de inmediato y, cuando el cuadro estuvo acabado, pidió por él la suma más elevada que jamás había pedido. Cuando la geisha estaba dándole su dinero, le dijo a su cliente: "Se dice que este hombre es un monje, pero sólo piensa en el dinero. Su talento es extraordinario, pero tiene un espíritu asquerosamente codicioso. ¿Cómo puede una exhibir un cuadro de un puerco como éste? ¡Su trabajo no vale más que mi ropa interior!"

              Y, dicho esto, le arrojó unas enaguas y le dijo que pintara en ellas un cuadro. Gessen, como de costumbre, preguntó: "¿Cuánto vas a pagarme?" "¡Ah!", respondió la muchacha, "lo que me pidas". Gessen fijó el precio, pintó el cuadro, se guardó sin reparos el dinero en el bolsillo y se fue.

             Muchos años más tarde, por pura casualidad, alguien averiguó la razón de la codicia de Gessen.

             Resulta que la provincia donde él vivía solía verse devastada por el hambre y, como los ricos no hacían nada por ayudar a los pobres, Gessen había construido en secreto unos graneros y los tenía llenos de grano para tales emergencias. Nadie sabía de dónde procedía el grano ni quién era el benefactor de la provincia.

            Además, la carretera que unía la aldea de Gessen con la ciudad, a muchos kilómetros de distancia, estaba en tan malas condiciones que ni siquiera las carretas de bueyes podían pasar, lo cual era un enorme perjuicio para las personas mayores y para los enfermos cuando tenían que ir a la ciudad. De modo que Gessen había reparado la carretera.

          Y había una tercera razón: el maestro de Gessen siempre había deseado construir un templo para la meditación, pero nunca había podido hacerlo. Fue Gessen quien construyó dicho templo, en señal de agradecimiento a su venerado maestro.

         Una vez que "el monje avaro" hubo construido los graneros, la carretera y el templo, se deshizo de sus pinturas y pinceles, se retiró a las montañas para dedicarse a la vida contemplativa y jamás volvió a pintar un cuadro.

         Por lo general, la conducta de una persona muestra lo que el observador se imagina que muestra.
        

LA ORACIÓN DE LA RANA 145.

                          Laila y Rama se amaban tiernamente, pero eran demasiado pobres para poder casarse. Por si fuera poco, vivían en aldeas diferentes, separadas entre sí por un río infestado de cocodrilos.

                         Un día, Laila se enteró de que Rama estaba gravemente enfermo y no tenía quien le cuidara, de modo que acudió presurosa a la orilla del río y suplicó al barquero que la llevara al otro lado, advirtiéndole, eso sí, de que no tenía dinero para pagarle.

                         Pero el malvado barquero le dijo que no, a menos que ella accediera a pasar la noche con él. La pobre mujer le rogó y le suplicó, pero en vano; hasta que, absolutamente desesperada, acabó aceptando las condiciones del barquero.

                         Cuando, por fin, se encontró con Rama, éste estaba ya agonizando. Pero ella se quedó cuidándole durante un mes, hasta que recobró la salud. Un día, Rama le preguntó cómo se las había arreglado para cruzar el río. Y ella, incapaz de mentir a su amado, le contó la verdad.

                        Cuando Rama lo oyó, montó en cólera, porque valoraba más la virtud que la propia vida. A continuación, la echó de su casa y nunca más quiso volver a verla.
    

LA ORACIÓN DE LA RANA 144.

                      Se acercó alguien a un discípulo del místico musulmán Bahaudin Naqshband y le dijo: "¿Por qué oculta sus milagros tu Maestro? Personalmente, yo he recogido datos que demuestran, sin lugar a dudas, que él ha estado presente en más de un lugar al mismo tiempo; que ha curado enfermos con el poder de sus oraciones, aunque él les diga que ha sido obra de la naturaleza; y que ha socorrido a muchas personas en apuros, aunque luego lo atribuya a la buena suerte de dichas personas.
                      
                    ¿Por qué lo hcaes?"

                     "Sé perfectamente de lo que me hablas", respondió el discípulo, "porque yo mismo lo he observado. Y creo que puedo responder a tu pregunta. En primer lugar, al Maestro no le gusta ser objeto de atención. Y, en segundo lugar, está convencido de que, una vez que la gente manifiesta interés por lo milagroso, ya no desea aprender nada de verdadero valor espiritual!"
  

LA ORACIÓN DE LA RANA 143.

                  Cuando el desierto egipcio era la morada de aquellos santos varones conocidos como los "Padres del Desierto", una mujer que padecía un cáncer de mama acudió a buscar a uno de ellos, un tal Abad Longinos, que tenía fama de santo y taumaturgo.

                  Y estando la mujer paseando junto al mar, se encontró con Longinos en persona, que estaba recogiendo leña. Y ella, que no le conocía, le dijo: "Santo padre, ¿podría usted decirme dónde vive el siervo de Dios Longinos?"

                  Y Longinos le replicó: "Para qué buscas a ese viejo farsante? No vayas a verlo, porque lo único que te hará será daño. ¿Qué es lo que te ocurre?"

                  Ella le contó lo que le sucedía y, acto seguido, él le dio su bendición y la despidió diciendo: "Ahora vete, y ten la seguridad de que Dios te devolverá la salud. Longinos no te habría sido de ninguna utilidad".

                  La mujer se marchó, confiando en que había quedado curada -como así sucedió, antes de que transcurriera un mes-, y murió muchos años más tarde, completamente ignorante de que había sido Longinos quien la había curado.