viernes, 28 de febrero de 2014

LA ORACIÓN DE LA RANA 58.

             Un ateo cayó por un precipicio y, mientras rodaba hacia abajo, pudo agarrarse a una rama de un pequeño árbol, quedando suspendido a trescientos metros de las rocas del fondo, pero sabiendo que no podría aguantar mucho tiempo aquella situación.

             Entonces tuvo una idea: "¿Dios!", gritó con todas sus fuerzas.

             Pero sólo respondió el silencio.

             "¡Dios!", volvió a gritar. "¡Si existes, sálvame, y te prometo que creeré en ti y enseñaré a otros a creer!"

             ¡Más silencio! Pero, de pronto, una poderosa Voz, que hizo que retumbara todo el cañón, casi le hace soltar la rama del susto: "Eso es lo que dicen todos cuando están en apuros".

            "¡No, Dios, no!", gritó el hombre, ahora un poco más esperanzado. "¡Yo no soy como los demás! ¿Por qué había de serlo, si ya he empezado a creer al haber oído por mí mismo tu Voz? ¿O es que no lo ves? ¡Ahora todo lo que tienes que hacer es salvarme, y yo proclamaré tu nombre hasta los confines de la tierra!"

             "De acuerdo", dijo la Voz, "te salvaré". Suelta esa rama".

             "¿Soltar la rama?", gimió el pobre hombre. "¿Crees que estoy loco?"

             Se dice que, cuando Moisés alzó su cayado sobre el Mar Rojo no se produjo el esperado milagro. Sólo cuando el primer israelita se lanzó al mar, retrocedieron las olas y se dividieron las aguas, dejando expedito el paso a los judíos.
        

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