viernes, 3 de enero de 2014

LA ORACIÓN DE LA RANA 11.

            No es bueno que nuestras oraciones sean escuchadas si no lo son en su debido momento:

            En la antigua India se concedía mucha importancia a los ritos védicos, de los que se decía que funcionaban tan "científicamente" que, cuando los sabios pedían la lluvia, jamás se producía una sequía. Así es que, conforme a dichos ritos, un hombre se puso a rezarle a Lakshmi, la diosa de la abundancia, para que le hiciera rico.

           Estuvo orando sin éxito durante diez largos años, al cabo de los cuales comprendió de pronto la naturaleza ilusoria de la riqueza y abrazó una vida de renuncia en el Himalaya.

           Un buen día, mientras se hallaba sentado y entregado a la meditación, abrió sus ojos y vio ante sí a una mujer extraordinariamente hermosa, tan radiante y resplandeciente como si fuera de oro.

           "¿Quién eres tú y qué haces aquí?", le preguntó.

            "Soy la diosa Lakshmi, a la que has estado rezando himnos durante doce años", le respondió la mujer, "y he decidido aparecerme ante ti para concederte tu deseo".

            "¡Ah, mi querida diosa!", exclamó el hombre, "ahora ya he adquirido la dicha de la meditación y he perdido el deseo de las riquezas. Llegas demasiado tarde... Pero dime, ¿por qué has tardado tanto en venir?".

             "Para serte sincera", respondió la diosa, "dada la fidelidad con que realizabas aquellos ritos, habrías acabado consiguiendo la riqueza, sin duda alguna. Pero, como te amaba y sólo deseaba tu bienestar, me resistí a concedértelo".

              Si pudieras elegir, ¿qué elegirías: 
              que se te concediera lo que pides
              o la gracia de vivir en paz,
              aunque no la hubieras pedido?

    

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