sábado, 18 de enero de 2014

ORACIÓN DE LA RANA 32.

              En el verano de 1946 corrió el rumor de que el espectro del hambre amenazaba a una determinada provincia de un país sudamericano. En realidad, los campos ofrecían un aspecto inmejorable, y el tiempo era ideal y auguraba una espléndida cosecha. Pero el rumor adquirió tal intensidad que 20.000 pequeños agricultores abandonaron sus tierras y se fueron a las ciudades. Con lo cual la cosecha fue un verdadero desastre, murieron de hambre miles de personas y el rumor resultó ser verdadero.

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ORACIÓN DE LA RANA 31.

                 Un matrimonio regresaba del funeral por el tío Jorge, que había vivido con ellos durante veinte años, creando una situación tan incómoda que a punto estuvo de irse a pique el matrimonio.

                 "Tengo algo que decirte, querida", dijo el marido. "Si no hubiera sido por lo que te quiero, no habría aguantado a tu tío Jorge ni un solo día..."

                 "¿Mi tío Jorge?", exclamó ella horrorizada. "¡Yo creía que era tu tío Jorge!"

  

ORACIÓN DE LA RANA 30.

                Dos cazadores alquilaron un avión para ir a la región de los bosques. Dos semanas más tarde, el piloto regresó para recogerlos y llevarlos de vuelta. Pero, al ver los animales que habían cazado, dijo: "Este avión no puede cargar más que con uno de los dos búfalos. Tendrán que dejar aquí el otro".

               "¡Pero si el año pasado el piloto nos permitió llevar dos búfalos en un avión exactamente igual a éste...!", protestaron los cazadores.

               El piloto no sabía qué hacer, pero acabó cediendo: "Está bien; si lo hicieron el año pasado, supongo que también podremos hacerlo ahora..."

               De modo que el avión inició el despegue, cargado con los tres hombres y los dos búfalos; pero no pudo ganar altura y se estrelló contra una colina cercana. Los hombres salieron a rastras del avión y miraron en torno suyo. Uno de los cazadores le preguntó al otro: "¿Dónde crees que estamos?" El otro inspeccionó los alrededores y dijo: "Me parece que a unas dos millas a la izquierda de donde nos estrellamos el año pasado".

  

ORACIÓN DE LA RANA 29.

               Tres sabios decidieron emprender un viaje, porque, a pesar de ser tenidos por sabios en su país, eran lo bastante humildes para pensar que un viaje les serviría para ensanchar sus mentes.

               Apenas habían pasado al país vecino cuando divisaron un rascacielos a cierta distancia. "¿Qué podrá ser ese enorme objeto?", se preguntaron. La respuesta más obvia habría sido: "Id allá y averiguadlo". Pero no: eso podía ser demasiado peligroso, porque ¿y si aquella cosa explotaba cuando uno se acercaba a ella? Era muchísimo más prudente decidir lo que era, antes de averiguarlo. Se expusieron y se examinaron diversas teorías; pero, basándose en sus respectivas experiencias pasadas, las rechazaron todas. Por fin, y basándose en las mismas experiencias -que eran muy abundantes, por cierto-, decidieron que el objeto en cuestión, fuera lo que fuera, sólo podía haber sido puesto allí por gigantes.

              Aquello les llevó a la conclusión de que sería más seguro evitar absolutamente aquel país. De manera que regresaron a su casa, tras haber añadido una más  a su cúmulo de experiencias.

                Las Suposiciones afectan a la Observación.
                La Observación engendra Convencimiento.
                El convencimiento produce Experiencia.
                La Experiencia crea Comportamiento,
                el cual, a su vez, confirma las Suposiciones.

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ORACIÓN DE LA RANA 28.

              Una encarnizada persecución religiosa estalló en el país, y los tres pilares de la religión -la Escritura, el Culto y la Caridad- comparecieron ante Dios para expresarle su temor de que, si desaparecía la religión, dejaran también ellos de existir.

              "No os preocupéis", dijo el Señor. "Tengo el propósito de enviar a la Tierra a Alguien más grande que todos vosotros".

              "¿Y cómo se llama ese Alguien?"

              "Conocimiento de sí", respondió Dios. "El hará cosas más grandes que las que haya podido hacer cualquiera de vosotros".

   

viernes, 10 de enero de 2014

ORACIÓN DE LA RANA 27.

            Érase una vez un bosque en el que los pájaros cantaban de día, y los insectos de noche. Los árboles crecían, las flores prosperaban, y toda clase de criaturas pululaban libremente.

            Todo el que entraba allí se veía llevado a la Soledad, que es el hogar de Dios, que habita en el silencio y en la belleza de la Naturaleza.

            Pero llegó la Edad de la Inconsciencia, justamente cuando los hombres vieron la posibilidad de construir rascacielos y destruir en un mes ríos, bosques y montañas. Se levantaron edificios para el culto con la madera del bosque y con las piedras del subsuelo forestal. Pináculos, agujas y minaretes apuntaban hacia el cielo, y el aire se llenó del sonido de las campanas, de oraciones, cánticos y exhortaciones...


             Y Dios se encontró de pronto sin hogar.

              ¡Dios oculta las cosas poniéndola ante nuestros ojos!

¡Escucha! Oye el canto del pájaro,
el viento entre los árboles,
el estruendo del océano...;
mira un árbol, una hoja que cae o una flor,
como si fuera la primera vez.

Puede que, de pronto,
entres en contacto con la Realidad,
con ese Paraíso del que
nos ha arrojado nuestro saber
por haber caído desde la infancia.

Dice el místico indio Saraha:
"Trata de probar a qué sabe
la ausencia de saber".

    

ORACIÓN DE LA RANA 26.

                    Un experto en rendimiento laboral le presentaba su informe a Herny Ford: "Como puede usted ver, señor, el informe es altamente favorable, excepto en lo referente a ese individuo que está en el vestíbulo. Siempre que paso por allí, él está sentado y con los pies encima de la mesa. Está malgastando su dinero, Señor".

                    "Ese hombre", replicó Ford, "tuvo una vez una idea que nos hizo ganar una fortuna, y creo recordar que sus pies se encontraban entonces en el mismísimo lugar en que se encuentran ahora".

                    Había un leñador que se agotaba malgastando su tiempo y sus energías en cortar madera con un hacha embotada, porque no tenía tiempo, según él, para detenerse a afilar la hoja.

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ORACIÓN DE LA RANA 25.

             Cuando el Maestro invitó al Gobernador a practicar la meditación, y éste le dijo que estaba muy ocupado, la respuesta del Maestro fue:

             "Me recuerdas a un hombre que caminaba por la jungla con los ojos vendados... y que estaba demasiado ocupado para quitarse la venda".

             Cuando el Gobernador alegó su falta de tiempo, el Maestro le dijo: "Es un error creer que la meditación no puede practicarse por falta de tiempo. El verdadero motivo es la agitación de la mente".

  

ORACIÓN DE LA RANA 24.

                  Paseaba un monje por los jardines del monasterio cuando, de pronto, oyó cantar un pájaro.

                  Embelesado, se detuvo a escuchar. Le pareció que nunca hasta entonces había escuchado, lo que se dice "escuchar", el canto de un pájaro.

                  Cuando el pájaro dejó de cantar, el monje regresó al monasterio y, para su consternación, descubrió que era un extraño para los demás monjer, y viceversa.

                  Pasó algún tiempo hasta que tanto ellos como él descubrieron que había tardado siglos en regresar. Como su escucha había sido total, el tiempo se había detenido, y él se había introducido en la eternidad.

                 La oración resulta perfecta
                 cuando se descubre la intermporalidad.
                 La intermporalidad se descubre
                 a través de la claridad de percepción.
                 La percepción se hace clara
                 cuando se libera de los prejuicios
                 y de toda consideración
                de pérdida o provecho personal.
                Entonces se ve lo milagroso,
                y el corazón se llena de asombro.

                  

ORACIÓN DE LA RANA 23.

              Érase una vez una mujer muy devota y llena de amor de Dios. Solía ir a la iglesia todas las mañanas, y por el camino solían acosarla los niños y los mendigos, pero ella iba tan absorta en sus devociones que ni siquiera los veía.

              Un buen día, tras haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a la iglesia en el preciso momento en que iba a empezar el culto. Empujó la puerta, pero ésta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con más fuerza, y comprobó que la puerta estaba cerrada con llave.

               Afligida por no haber podido asistir al culto por primera vez en muchos años, y no sabiendo qué hacer, miró hacia arriba... y justamente allí, frente a sus ojos, vio una nota clavada en la puerta con una chincheta.

               La nota decía: "Estoy ahí fuera".

               Se decía de un santo que, cada vez que salía de su casa para ir a cumplir sus deberes religiosos, solía decir: "... Y ahora te dejo, Señor. Me voy a la iglesia".

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lunes, 6 de enero de 2014

ORACIÓN DE LA RANA 22.

              Los vecinos del místico musulmán Farid lograron persuadir a éste de que acudiera a la Corte de Delhi y obtuviera de Akbar un favor para la aldea. Farid se fue a la Corte y, cuando llegó, Akbar se encontraba haciendo sus oraciones.

              Cuando, al fin, el emperador se dejó ver, Farid le preguntó: "¿Qué estabas pidiendo en tu oración?"

              "Le suplicaba al todopoderoso que me concediera éxito, riquezas y una larga vida", le respondió Akbar.

              Farid se volvió, dando la espalda al emperador,  salió de allí mascullando: "Vengo a ver a un emperador... ¡y me encuentro con un mendigo que es igual que todos los demás!"

 

ORACIÓN DE LA RANA 21.

              Un hombre acudió a un psiquiatra y le dijo que todas las noches se le aparecía un dragón con doce patas y tres cabezas, que vivía en una tremenda tensión nerviosa, que no podía conciliar el sueño y que se encontraba al borde del colapso. Que incluso había pensado en suicidarse.

              "Creo que puedo ayudarle", le dijo el psiquiatra, "pero debo advertirle que nos va a llevar un año o dos y que le va a costar a usted tres mil dólares".

              "¿Tres mil dólares?", exclamó el otro, "¡Olvídelo! Me iré a mi casa y me haré amigo del dragón".

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ORACIÓN DE LA RANA 20.

               Estando el Maestro haciendo oración, se acercaron a él los discípulos y le dijeron: "Señor, enséñanos a orar". Y él les enseñó del siguiente modo:

               Iban dos hombres paseando por el campo cuando, de pronto, vieron ante ellos a un toro enfurecido. Al instante, se lanzaron hacia la valla más cercana, con el toro pisándoles los talones. Pero no tardaron en darse cuenta de que no iban a conseguir ponerse a salvo, de modo que uno de ellos le gritó al otro: "¡Estamos perdidos! ¡De ésta no salimos! ¡Rápido, di una oración!"

               Y el otro le replicó: "¡No he rezado en mi vida y no sé ninguna oración apropiada!".

               "¡No importa: el toro nos va a pillar! ¡Cualquier oración servirá!"

               "¡Está bien, rezaré la única que recuerdo y que solía rezar mi padre antes de las comidas: Haz, Señor, que sepamos agradecerte lo que vamos a recibir!"

               Nada hay que supere la santidad de quienes
               han aprendido la perfecta aceptación
               de todo cuanto existe.

               En el juego de naipes que llamamos "vida"
               cada cual juega lo mejor que sabe
               las cartas que le han tocado.
             
               Quienes insisten en querer jugar
               no las cartas que les han tocado,
               sino las que creen que debería haberles tocado,
               ...son los que pierden el juego.

               No se nos pregunta si queremos jugar.
               No es ésa la opción. Tenemos que jugar.
               La opción es: cómo.


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ORACIÓN DE LA RANA 19.

             El emperador mongol Akbar salió un día al bosque a cazar. Cuando llegó la hora de la oración de la tarde, desmontó de su caballo, tendió su esfera en el suelo y se arrodilló para orar, tal como hacen en todas partes los devotos musulmanes.

             Pero, en aquel preciso momento, una campesina, inquieta por la desaparición de su marido, que había salido de casa aquella mañana y no había regresado, pasó por allí como una exhalación, sin reparar en la presencia del arrodillado emperador, y tropezó con él, rodando por el suelo; pero se levantó y, sin pedir ningún tipo de disculpas, siguió corriendo hacia el interior del bosque.

             Akbar se sintió irritado por aquella interrupción, pero, como era un buen musulmán, observó la regla de no hablar con nadie durante el "namaaz".

            Már tarde, justamente cuando él acababa su oración, volvió a pasar por allí la mujer, esta vez alegre y acompañada de su marido, al que había conseguido encontrar. Al ver al emperador y a su séquito, ella se sorprendió y se llenó de miedo. Entonces Akbar dio rienda suelta a su enojo contra ella y le gritó:

             "¡Explícame ahora mismo tu irrespetuoso comportamiento si no quieres que te castigue!"   

                      Entonces la mujer perdió de pronto el miedo, miró fijamente a los ojos al emperador y le dijo: "Majestad, iba tan absorta pensando en mi marido que no os vi, ni siquiera cuando, como decís, tropecé con vos. Ahora bien, dado que vos estabais en pleno "namaaz", habíais de estar absorto en Alguien infinitamente más valioso que mi marido. ¿Cómo es que reparasteis en mí?"

             El emperador, avergonzado, no supo qué decir. Más tarde confiaría a sus amigos que una simple campesina, no un experto ni un "mullah", le había enseñado lo que significa la oración.

 

sábado, 4 de enero de 2014

ORACIÓN DE LA RANA 18.

                Un anciano solía permanecer inmóvil durante horas en la iglesia. Un día, un sacerdote le preguntó de qué le hablaba Dios.

                "Dios no habla. Sólo escucha", fue su respuesta.

                "Bien... ¿y de qué le habla usted a Dios?"

                "Yo tampoco hablo. Sólo escucho".

                 Las cuatro fases de la oración:

                 Yo hablo, tú escuchas.
                 Tú hablas, yo escucho.
                 Nadie habla. Los dos escuchamos.
                 Nadie habla y nadie escucha: Silencio.

               El sufí Bayazid Bistami describe del siguiente modo su progreso en el arte de orar: "La primera vez que visité la Kaaba en la Meca, vi la Kaaba. La segunda vez vi al Señor de la Kaaba. La tercera vez no vi ni la Kaaba ni al Señor de la Kaaba".

 

   

ORACIÓN DE LA RANA 17.

               Un sacerdote estaba observando a una mujer que se encontraba sentada, con la cabeza hundida entre sus manos, en un banco de la iglesia vacía.

               Pasó una hora... Pasaron dos horas... y allí seguía.

               Pensando que se trataría de un alma afligida y deseosa de que la ayudaran, el sacerdote se acercó a la mujer y le dijo: "¿Puedo ayudarla en algo?".

               "No, Padre, muchas gracias", respondió ella. "He estado recibiendo toda la ayuda que necesitaba..."


               "¡...hasta que usted me ha interrumpido!"

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ORACIÓN DE LA RANA 16.

              Aquel matrimonio había tomado la costumbre de invitar todos los años a su piadosa tía a hacer con ellos una excursión. Pero aquel año se habían olvidado de invitarla.  Cuando lo hicieron, ya a última hora, ella les dijo: "Ya es demasiado tarde. He estado rezando para que llueva".

 

ORACIÓN DE LA RANA 15.

                La persecución de los judíos por parte de Hitler se había hecho tan insoportable que dos de ellos decidieron asesinarlo, para lo cual se apostaron armados en un lugar por el que sabían que debía pasar el Führer. Pero éste se retrasaba, y Samuel se temió lo peor: "Joshua", le dijo al otro, "reza para que no le haya pasado nada...".

ORACIÓN DE LA RANA 14.

               La abuela: "¿Ya rezas tus oraciones cada noche?"

               El nieto: "¡Por supuesto!"

               "¿Y por las mañanas?"

               "No. Durante el día no tengo miedo".

               
               Una piadosa anciana, al acabar la guerra: "Dios ha sido muy bueno con nosotros: hemos rezado sin parar... ¡y todas las bombas han caído en la otra parte de la ciudad!".

  

ORACIÓN DE LA RANA 13.

              Un piadoso anciano rezaba cinco veces al día, mientras que su socio en los negocios jamás ponía los pies en la iglesia. Pues bien, el día que cumplió ochenta años, el anciano oró de la siguiente manera:

               "¡Oh, Dios, nuestro Señor! Desde que era joven, no he dejado un sólo día de acudir a la iglesia desde por la mañana y rezarte mis oraciones cinco veces diarias, como está mandado. No he hecho un solo movimiento ni he tomado una sola decisión, importante o intranscendente, sin haber primero invocado tu Nombre. Y ahora, en mi ancianidad, he redoblado mis ejercicios piadosos y te rezo sin cesar, día y noche. Sin embargo, aquí me tienes: tan pobre como un ratón de sacristía. En cambio, fíjate en mi socio: juega y bebe como un cosaco e incluso, a pesar de sus años, anda con mujeres de dudosa reputación... y a pesar de todo, nada en la abundancia. Y dodo que alguna vez haya salido de sus labios una sola oración. Pues bien, Señor: no te pido que le castigues, porque eso no sería cristiano; pero te ruego que respondas: ¿Por qué, por qué, por qué... le has permitido a él prosperar y me has tratado a mí de este modo?

              "¡Porque eres un verdadero pelmazo"! Le respondió Dios.

         Había un monasterio cuya Regla no era "No hables", sino "No hables si no es para decir algo que sea mejor que el silencio".

         ¿No podría decirse lo mismo de la oración?

   

ORACIÓN DE LA RANA 12.

            Un día, el mullah Nasrudin observó cómo el maestro del pueblo conducía a un grupo de niños hacia la mezquita.

            ¿Para qué los llevas allí?", le preguntó.

            "La sequía está azotando el país", le respondió el maestro, "y confiamos en que el clamor de los inocentes mueva el corazón del Todopoderoso".

            "Lo importante no es el clamor, ya sea de inocentes o de criminales", dijo el mullah, "sino la sabiduría y el conocimiento".

            "¿Cómo te atreves a blafemar de ese modo delante de estos niños?", le recriminó el maestro. "¡Deberás probar lo que has dicho, o te acusaré de hereje!".

             "Nada más fácil", replicó Nasrudin. "Si las oraciones de los niños sirvieran de algo, no habría un maestro de escuela en todo el país, porque no hay nada que detesten tanto los niños como ir a la escuela. Si tú has sobrevivido a tales oraciones, es porque nosotros, que sabemos más que los niños, te hemos mantenido en tu puesto".

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viernes, 3 de enero de 2014

LA ORACIÓN DE LA RANA 11.

            No es bueno que nuestras oraciones sean escuchadas si no lo son en su debido momento:

            En la antigua India se concedía mucha importancia a los ritos védicos, de los que se decía que funcionaban tan "científicamente" que, cuando los sabios pedían la lluvia, jamás se producía una sequía. Así es que, conforme a dichos ritos, un hombre se puso a rezarle a Lakshmi, la diosa de la abundancia, para que le hiciera rico.

           Estuvo orando sin éxito durante diez largos años, al cabo de los cuales comprendió de pronto la naturaleza ilusoria de la riqueza y abrazó una vida de renuncia en el Himalaya.

           Un buen día, mientras se hallaba sentado y entregado a la meditación, abrió sus ojos y vio ante sí a una mujer extraordinariamente hermosa, tan radiante y resplandeciente como si fuera de oro.

           "¿Quién eres tú y qué haces aquí?", le preguntó.

            "Soy la diosa Lakshmi, a la que has estado rezando himnos durante doce años", le respondió la mujer, "y he decidido aparecerme ante ti para concederte tu deseo".

            "¡Ah, mi querida diosa!", exclamó el hombre, "ahora ya he adquirido la dicha de la meditación y he perdido el deseo de las riquezas. Llegas demasiado tarde... Pero dime, ¿por qué has tardado tanto en venir?".

             "Para serte sincera", respondió la diosa, "dada la fidelidad con que realizabas aquellos ritos, habrías acabado consiguiendo la riqueza, sin duda alguna. Pero, como te amaba y sólo deseaba tu bienestar, me resistí a concedértelo".

              Si pudieras elegir, ¿qué elegirías: 
              que se te concediera lo que pides
              o la gracia de vivir en paz,
              aunque no la hubieras pedido?

    

LA ORACIÓN DE LA RANA 10.

            Una anciana mujer, verdadera entusiasta de la jardinería, afirmaba que no creía en absoluto en ciertas predicciones que auguraban que algún día lograrían los científicos controlar el tiempo atmosférico. Según ella, lo único que hacía falta para controlar el tiempo era la oración.

             Pero un verano, mientras ella se encontraba de viaje por el extranjero, la sequía azotó el país y arruinó por completo su precioso jardín. Cuando regresó, se sintió tan trastornada que cambió de religión.

             Debería haber cambiado sus estúpidas creencias.

  

LA ORACIÓN DE LA RANA 9.

              El cura del pueblo era un santo varón al que acudía la gente cuando se veía en algún aprieto. Entonces él solía retirarse a un determinado lugar del bosque, donde recitaba una oración especial. Dios escuchaba siempre su oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.

             Murió el cura, y la gente, cuando se veía en apuros, seguía acudiendo a su sucesor, el cual no era ningún santo, pero conocía el secreto del lugar concreto del bosque y la oración especial. Entonces iba allá y decía: "Señor, tú sabes que no soy un santo. Pero estoy seguro de que no vas a hacer que mi gente pague las consecuencias... De modo que escucha mi oración y ven en nuestra ayuda". Y Dios escuchaba su oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.

            También este segundo cura murió, y también la gente, cuando se veía en dificultades, seguía acudiendo a su sucesor, el cual conocía la oración especial, pero no el lugar del bosque. De manera que decía: "¿Qué más te da a ti, Señor, un lugar que otro? Escucha, pues, mi oración y ven en nuestra ayuda". Y una vez más, Dios escuchaba su oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.

            Pero también este cura murió, y la gente, cuando se veía con problemas, seguía acudiendo a su sucesor, el cual no conocía ni la oración especial ni el lugar del bosque. Y entonces decía:

            "Señor, yo sé que no son las fórmulas lo que tú aprecias, sino el clamor del corazón angustiado. De modo que escucha mi oración y ven en nuestra ayuda". Y también entonces escuchaba Dios su oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.

             Después de que este otro cura hubiera muerto, la gente seguía acudiendo a su sucesor cuando le acuciaba la necesidad. Pero este nuevo cura era más aficionado al dinero que a la oración. De manera que solía limitarse a decirle a Dios: "¿Qué clase de Dios eres tú, que, aun siendo perfectamente capaz de resolver los problemas que tú mismo has originado, todavía te niegas a mover un dedo mientras no nos veas amedrentados, mendigando tu ayuda y suplicándote? ¡Está bien: puedes hacer con la gente lo que quieras!" Y, una vez más, Dios escuchaba su oración, y el pueblo recibía la ayuda deseada.

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LA ORACIÓN DE LA RANA 8.

                El sabio indio Narada era un devoto del Señor Hari. Tan grande era su devoción que un día sintió la tentación de pensar que no había nadie en todo el mundo que amara a Dios más que él.

                El Señor leyó en su corazón y le dijo: "Narada, ve a la ciudad que hay a orillas del Ganges y busca a un devoto mío que vive allí. Te vendrá bien vivir en su compañía".

                Así lo hizo Narada, y se encontró con un labrador que todos los días se levantaba muy temprano, pronunciaba el nombre de Hari una sola vez, tomaba su arado y se iba al campo, donde trabajaba durante toda la jornada. Por la noche, justo antes de dormirse, pronunciaba otra vez el nombre de Hari. Y Narada pensó: "¿Cómo puede ser un devoto de Dios este patán, que se pasa el día enfrascado en sus ocupaciones terrenales?".

               Entonces el Señor le dijo a Narada: "Toma un cuenco, llénalo de leche hasta el borde y paséate con él por la ciudad. Luego vuelve aquí sin haber derramado una sola gota".

               Narada hizo lo que se le había ordenado.

               "¿Cuántas veces te has acordado de mí mientras paseabas por la ciudad?", le preguntó el Señor.

               "Ni una sola vez, Señor", respondió Narada. "¿Cómo podía hacerlo si tenía que estar pendiente del cuenco de leche?".

                Y el Señor le dijo: "Ese cuenco ha absorvido tu atención de tal manera que me has olvidado por completo. Pero fíjate en ese campesino, que, a pesar de tener que cuidar de toda una familia, se acuerda de mí dos veces al día".

    

LA ORACIÓN DE LA RANA 7.

                Es costumbre entre los católicos confesar los pecados a un sacerdote y recibir de éste la absolución como un signo del perdón de Dios. Pero existe el peligro, demasiado frecuente, de que los penitentes hagan uso de ello como si fuese una especie de garantía o certificado que les vaya a librar del justo castigo divino, con lo cual confían más en la absolución del sacerdote que en la misericordia de Dios.

                 He aquí lo que pensó hacer Perugini, un pintor italiano de la Edad Media, cuando estuviera a punto de morir: no recurrir a la confesión si veía que, movido por el miedo, trataba de salvar su piel, porque eso sería un sacrilegio y un insulto a Dios.

                Su mujer, que no sabía nada de la decisión del artista, le preguntó en cierta ocasión si no le daba miedo morir sin confesión. Y Perugini le contestó: "Míralo de este modo querida: mi profesión es  la de pintor, y creo haber destacado como tal. La profesión de Dios consiste en perdonar; y si él es tan bueno en su profesión como lo he sido yo en la mía, no veo razón alguna para tener miedo".

  

LA ORACIÓN DE LA RANA 6.

            Un cuento hasídico:

             Un pobre campesino que regresaba del mercado a altas horas de la noche descubrió de pronto que no llevaba consigo sus libros de oraciones. Se hallaba en medio del bosque y se le había salido una rueda de su carreta, y el pobre hombre estaba muy afligido pensando que aquel día no iba a poder recitar sus oraciones.

             Entonces se le ocurrió orar del siguiente modo: "He cometido una verdadera estupidez, Señor: he salido de casa esta mañana sin mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces el alfabeto muy despacio, y tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar".

           Y el Señor dijo a sus ángeles: "De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda alguna, la mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero".

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LA ORACIÓN DE LA RANA 5.

            Un zapatero remendón acudió al rabino Isaac de Ger y le dijo: "No sé qué hacer con mi oración de la mañana. Mis clientes son personas pobres que no tienen más que un par de zapatos. Yo se los recojo a última hora del día y me paso la noche trabajando; al amanecer, aún me queda trabajo por hacer si quiero que todos ellos los tengan listos para ir a trabajar. Y mi pregunta es: ¿Qué debo hacer con mi oración de la mañana?".

            "¿Qué has venido haciendo hasta ahora?", preguntó el rabino.

            "Unas veces hago la oración a todo correr y vuelvo enseguida a mi trabajo; pero eso me hace sentirme mal. Otras veces dejo que se me pase la hora de la oración, y también entonces tengo la sensación de haber faltado; y de vez en cuando, al levantar el martillo para golpear un zapato, casi puedo escuchar cómo mi corazón suspira: "¡Qué desgraciado soy, pues no soy capaz de hacer mi oración de la mañana...!"

             Le respondió el rabino: "Si yo fuera Dios, apreciaría más ese suspiro que la oración".

   

LA ORACIÓN DE LA RANA 4.

         Tras muchos años de esfuerzos, un inventor descubrió el arte de hacer fuego. Tomó consigo sus instrumentos y se fue a las nevadas regiones del norte, donde inició a una tribu en el mencionado arte y en sus ventajas. La gente quedó tan encantada con semejante novedad que ni siquiera se le ocurrió dar las gracias al inventor, el cual desapareció de allí un buen día sin que nadie se percatara.
         Como era uno de esos pocos seres humanos dotados de grandeza de ánimo, no deseaba ser recordado ni que le rindieran honores; lo único que buscaba era la satisfacción de saber que alguien se había beneficiado de su descubrimiento.

       La siguiente tribu a la que llegó se mostró tan deseosa de aprender como la primera. Pero sus sacerdotes, celosos de la influencia de aquel extraño, lo asesinaron y, para acallar cualquier sospecha, entronizaron un retrato del Gran Inventor en el altar mayor del templo, creando una liturgia para honrar su nombre y mantener viva su memoria y teniendo gran cuidado de que no se alterara ni se omitiera una sola rúbrica de la mencionada liturgia. Los instrumentos para hacer fuego fueron cuidadosamente guardados en un cofre, y se hizo correr el rumor de que curaban de sus dolencias a todo aquel que pusiera sus manos sobre ellos con fe.

     El propio Sumo Sacerdote se encargó de escribir una Vida del Inventor, la cual se convirtió en el Libro Sagrado, que presentaba su amorosa bondad como un ejemplo a imitar por todos, encomiaba sus gloriosas obras y hacía de su naturaleza sobrehumana un artículo de fe.

     Los sacerdotes se aseguraban de que el Libro fuera transmitido a las generaciones futuras, mientras ellos se reservaban el poder de interpretar el sentido de sus palabras y el significado de su sagrada vida y muerte, castigando inexorablemente con la muerte o la excomunión a cualquiera que se desviara de la doctrina por ellos establecida. Y la gente, atrapada de lleno en toda una red de deberes religiosos, olvidó por completo el arte de hacer fuego.

     De las Vidas de los Padres del Desierto:

      El abab Lot fue a ver al abad José y le dijo: "Padre, de acuerdo con mis posibilidades, he guardado mi pequeña regla y he observado mi humilde ayuno, mi oración, mi meditación y mi silencio contemplativo; y en la medida de lo posible, mantengo mi corazón limpio de malos pensamientos. ¿Qué más debo hacer?

      En respuesta, el anciano se puso en pie, elevó hacia el cielo sus manos, cuyos dedos se tornaron en otras tantas antorchas encendidas, y dijo: "Ni más ni menos que esto: transfórmate totalmente en fuego".

    

jueves, 2 de enero de 2014

LA ORACIÓN DE LA RANA 3.

            Un santo sufí partió en peregrinación a la Meca. Al llegar a las inmediaciones de la ciudad, se tendió junto al camino, agotado del viaje. Y apenas se había dormido cuando se vio bruscamente despertado por un airado peregrino: "¡En este momento en que todos los creyentes inclinan su cabeza hacia La Meca, se te ocurre a ti apuntar con tus pies hacia el sagrado lugar...! ¿Qué clase de musulmán eres tú?"

           El sufí no se movió; se limitó a abrir los ojos y a decir:

           "Hermano, ¿querrías hacerme el favor de colocar mis pies de manera que no apunten hacia el Señor?".

          La oración de un devoto al Señor Vishnú:

          "Señor, te pido perdón por mis tres mayores pecados: ante todo, por haber peregrinado a tus muchos santuarios olvidando que estás presente en todas partes; en segundo lugar, por haber implorado tantes veces tu ayuda olvidando que mi bienestar te preocupa más a tí que a mí; y, por último, por estar aquí pidiéndote que me perdones, cuando sé perfectamente que nuestros pecados nos son perdonados antes de que los cometamos".

 

LA ORACIÓN DE LA RANA 2.

           Un cuento "hasídico":

           Los judíos de una pequeña ciudad rusa esperaban ansiosos la llegada de un rabino. Se trataba de un acontecimiento poco frecuente, y por eso habían dedicado mucho tiempo a preparar las preguntas que iban a hacerle.

          Cuando, al fin, llegó y se reunieron con él en el ayuntamiento, el rabino pudo palpar la tensión reinante mientras todos se disponían a escuchar las respuestas que él iba a darles.

          Al principio no dijo nada, sino que se limitó a mirarles fijamente a los ojos, a la vez que tarareaba insstentemente una melodía. Pronto empezó todo el mundo a tararear. Entonces el rabino se puso a cantar, y todos le imitaron. Luego comenzó a balancearse y a danzar con gestos solemnes y rítmicos, y todos hicieron lo mismo. Al cabo de un rato, estaban todos tan enfrascados en la danza y tan absortos en sus movimientos que parecían insensibles a todo lo demás; de este modo, todo el mundo quedó restablecido y curado de la fragmentación interior que nos aparta de la Verdad.

         Transcurrió casi una hora hasta que la danza, cada vez más lenta, acabó cesando. Una vez liberados de su tensión interior, todos se sentaron, disfrutando de la silenciosa paz que invadía el recinto. Entonces pronunció el rabino sus únicas palabras de aquella noche: "Espero haber respondido a vuestras preguntas".

         Cuando le preguntaron a un derviche por qué daba culto a Dios por medio de la danza, respondió: "Porque dar culto a Dios significa morir al propio yo. Ahora bien, la danza mata al yo; cuando el yo muere, todos los problemas mueren con él; y donde no está el yo, esetá el Amor, está Dios.

         El Maestro se sentó con sus discípulos en el patio de butacas y les dijo: "Todos vosotros habéis oído y pronunciado muchas oraciones. Me gustaría que esta noche vierais una".

         En aquel momento se alzó el telón y comenzó el ballet.

 

LA ORACIÓN DE LA RANA 1

  Una noche, mientras se hallaba en oración, el hermano Bruno se vio interrumpido por el croar de una rana. Pero, al ver que todos sus esfuerzos por ignorar aquel sonido resultaban inútiles, se asomó a la ventana y gritó:
"¡Silencio! ¡Estoy rezando!"

         Y como el hermano Bruno era un santo, su orden fue obedecida de inmediato: todo ser viviente acalló su voz para crear un silencio que pudiera favorecer su oración.

         Pero otro sonido vino entonces a perturbar a Bruno: una voz interior que decía: "Quizás a Dios le agrade tanto el croar de esa rana como el recitado de tus salmos..." "¿Qué puede haber en el croar de una rana que resulte agradable a los oídos de Dios?", fue la disciplente respuesta de Bruno. Pero la voz seguía hablando: "¿Por qué crees tú que inventó Dios el sonido?"


Bruno decidió averiguar el porqué. Se asomó de nuevo a la ventana y ordenó: "¡Canta!" Y el rítmico croar de la rana volvió a llenar el aire, con el acompañamiento de todas las ranas del lugar. Y cuando Bruno prestó atención al sonido, éste dejó de crisparle, porque descubrió que, si dejaba de resistirse a él, el croar de las ranas servía, de hecho, para enriquecer el silencio de la noche.

          Y una vez descubierto esto, el corazón de Bruno se sintió en armonía con el universo, y por primera vez en su vida comprendió lo que significaba orar.